Fecha: Profetizó durante los reinados de Joroboam II en Israel, y Uzías en Judá.
Estilo: Simple pero pintoresco..
El profeta y su medio
Amós fue uno de los grandes profetas del siglo VIII a.C., aunque él prefería verse a sí mismo como un hombre sencillo, dedicado a sus trabajos campesinos, como «uno de los pastores de Tecoa» (1.1). Así lo manifiesta en su controversia con el sacerdote Amasías, que lo acusa de traicionar al rey de Israel: «No soy profeta ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero y recojo higos silvestres» (7.14).
Llegó, sin embargo, un día en el que tuvo lugar la transformación de Amós en el mensajero enviado por Dios a profetizar en el reino del norte. Como él mismo dice: «Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo Israel"» (7.15).
Era aquella una época de prosperidad para el reino. Bajo el cetro de Jeroboam, el comercio con otros países enriqueció al estado; Israel recobró el esplendor de los días de David, y por la fuerza de las armas (6.13) logró recuperar territorios que había perdido al oriente del Jordán (2 R 14.25).
Ciertamente, los éxitos militares y el incremento de la riqueza despertaron en el pueblo grandes entusiasmos; pero al propio tiempo fueron causa de que creciera la desigualdad entre los diversos estratos sociales. Los ricos aumentaron sus riquezas, en tanto que los pobres se hundían cada vez más en la miseria. El pueblo humilde sufría la opresión de los poderosos, una opresión agravada por la corrupción de los jueces y de los tribunales de justicia (2.6–7; 5.7–12). Incluso la vida religiosa se había corrompido. El culto se contagió de las prácticas paganas de otras gentes (5.26), y las ceremonias religiosas, externamente espléndidas, perdieron su autenticidad y su piedad sincera (5.21–23).
El libro y su mensaje
El mensaje central de Amós representa así una dura crítica contra la sociedad israelita de la época. Fustiga el profeta la injusticia social reinante, el enriquecimiento de muchos a costa de los débiles, explotados sin compasión (3.10; 5.11; 8.4–6); el soborno y la prevaricación de jueces y tribunales (5.12); la opresión, la violencia y hasta la esclavitud a que los más pobres son sometidos (2.6; 8.6). El profeta proclama que el Señor no permanecerá indiferente ante tales pecados, sino que castigará a quienes los cometen (2.13–16; 4.2–3; 5.18–20; 8.3); por eso urge a todo Israel: «¡Prepárate para venir al encuentro de tu Dios!» (4.12).
La última parte del libro (7.1–9.10) contiene una serie de visiones que profetizan la imposibilidad de escapar al juicio de Dios, al castigo inminente que ha de sobrevenir a pesar de las insistentes súplicas de Amós (7.2, 5). Pero si bien tales juicio y castigo son ineludibles, también es cierto que Dios no quiere destruir a Israel, sino reconstruirlo y restaurarlo, para que siga siendo, ya en libertad, el pueblo de su elección (9.11–15).
COMENTARIO
Cuando leí lo que acabo de escribir, me pareció que Amós seguía viviendo en nuestros días contándonos lo que estaba sucediendo. Como os podeis dar cuenta "la historia se repite" tal y como decía mi profesor de historia.